Juan Pablo Duarte.
Es la máxima sentencia del Padre de la Patria. Todos la coreamos en la infancia, en la vida escolar, es un grito redentor en los actos oficiales de febrero, sin embargo se ha quedado como parte del folclor criollo y no se asienta en la conciencia ciudadana que nos lleve a la acción responsable.
Y no se trata de un pensamiento aislado del Apóstol, sino que es parte de su pensamiento vivo, actual y necesario.
Juan Pablo Duarte es el fundador de la República Dominicana, nació en la ciudad de Santo Domingo el 26 de Enero del año 1813. Es el período de la llamada España Boba y ocho años después el Dr. José Núñez de Cáceres proclamaría la Independencia Nacional, conocida como la Independencia Efímera, por lo breve, dada la ocupación del territorio de la parte oriental de la Isla de Santo Domingo por parte del ejército haitiano. Ciertamente no llegamos a organizarnos como nación ni a estructurar las instituciones autónomas necesarias para darle vida al Estado. Es un capítulo de nuestra historia que espera por su estudio sopesado y desentrañar del mismo las mejores lecciones para las generaciones presentes y futuras.
Todo lo cual, unido a sus estudios en Europa, terminan dotando a Juan Pablo de integridad, nobleza, entereza de carácter y del valor necesario para difundir sus ideas y trabajar en la construcción de la nación, en unas circunstancias tan difíciles, pues disentir de un ejército de ocupación en cualquier época y enfrentarlo constituye una obra mayor y se corren grandes riesgos, y Duarte los asumió frente a los conquistadores y en su momento le costó el ostracismo.
Hay quienes no les perdonan a Duarte el tiempo que vivió fuera del país, aquél destierro de 20 años, pues entienden que debió retornar a la patria y enfrentarse a Santana. Sin embargo, olvidan que su salida no es voluntaria, pesa sobre él orden de muerte si retorna, expulsan a su familia, queda sin recursos en el exilio, habita en la selva del Río Negro en las condiciones más difíciles. No comprenden la pureza de un ideal ni la fe de un hombre bueno que cree en los otros.
Olvidan que Santana se adueñó del país, que hizo del país un feudo personal y que cuando desterró a Duarte fue bajo la advertencia de que si pisaba suelo dominicano había orden de fusilamiento en el acto.
Olvidan que sus propios compañeros de la Trinitaria lo abandonan e incluso lo traicionan, salvo el caso de Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez que siguieron manifestándole amistad sincera, lealtad y voluntad de sacrificio, acompañándole en el exilio y dispuesto a correr todos los riesgos junto al Maestro.
Acaso es posible pedirle a Juan Pablo Duarte que en esas condiciones emprendiera acciones político-militares contra Santana y Bobadilla?
Eso, lógicamente, sería un suicidio físico y esencialmente político, pues no había la más mínima posibilidad de prosperar. En esas condiciones no era posible emprender acciones. Y en Duarte no hay preocupación por la muerte física, sino por la política y prefiere resignarse en un exilio difícil, pero necesario en aras de sus ideas y convicciones, esperando un mejor momento.
No hay que olvidar la condición de romántico de Duarte, que marcaba su accionar en el camino de su nacionalismo, pero entendió su realidad, su propio aislamiento o la soledad política en que quedó.
Pero siempre estuvo pendiente de la Santa Causa de su patria, jamás abjuró de su ideario; esperó el momento adecuado para servirla. Y no se iba a prestar a ser parte de las contradicciones internas en ese período azaroso de la vida republicana, estaba por encima de las intrigas.
Y esto me trae a un señalamiento de Andrés L. Mateo, que dice: “Nuestro paradigma apostólico, Juan Pablo Duarte, cuyas prístinas reflexiones liberales dieron fundamento al proceso de separación de Haití, se asemeja más, por su sacrificio, a un mártir del santoral cristiano que a un luchador por la Independencia armado de un conjunto de ideas. La verdadera fuerza del ideal duartista es su debilidad, la conciencia necesaria que cree en la viabilidad de la nación, sin ningún retroceso, y que la hace surgir de su propia desdicha”.
No hay que olvidar que era un ser humano, hombre de sentimientos y hoy no se le puede juzgar fuera de contexto.
Incluso es, quizás, el primer alfabetizador voluntario de América, pues en la selva del Río Negro, de Venezuela, se dedicó durante su ostracismo a tan noble tarea, lo que habla por si solo de la visión de éste humanista; y eso fue precisamente lo que hizo con los trinitarios, formar un círculo de estudios.
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