lunes, 8 de junio de 2009

DUARTE DESDE LA PALABRA III



Por Alfonso Torres Ulloa

En estos tiempos de crisis moral, de afán de lucro, del concepto Patria devaluado, en que una mayoría (aparente) quiere vivir bien a como de lugar y no importa si la patria debe sobrevivirnos o no. Los políticos que descuartizan la nación, irrespetan sus valores tradicionales, violan la foresta y los ríos, las montañas y los valles; en que se roban el erario público y se ríen de todos los hombres serios (nos toman por pendejos); los corruptos se creen más vivos e inteligentes que los honestos.

En una patria dominicana que ha ido asumiendo de más en más estos “valores”, se imponen revisar el pensamiento y las desgarraduras del Padre de la Patria, de modo que los que aún soñamos y nos afanamos por legar a nuestros hijos y nietos una patria digna de sus dolores seguir con la frente en alto y con la moral y el ejemplo de Duarte mantener firme la frente y con la divisa duartiana de “todo por la patria”.

Si Juan Pablo Duarte estuviera entre nosotros estaría al frente de una gran jornada por salvar la nación. Pero quiero aportar unas ideas que de algún modo retraten los últimos días del patricio, porque la patria es servicio y trabajo, agonía, y no banquete para tránsfugas y traidores.
Hay que rememorar el pensamiento, la obra y la vida del patricio para que la juventud lo conozca como lo que fue. Y porqué es el Padre de la Patria.

Duarte vivió sus últimos años en una agonía existencial, un alma cargada de angustias y desesperación, pero jamás pasó facturas e incluso cuando el Presidente de la República, Ignacio María González, en el año de 1874, le envía una carta se negó a abrirla, y era esa carta en que lo invitaban a retornar al país y que a la hora de su muerte estaba bajo la almohada sin abrir.

Estos momentos de angustias se recogen en sus versos de “Tristezas de la Noche”, en los que no encontraremos una metáfora o una lírica que traspase el umbral del tiempo por si misma, pues no se trata de una poesía trascendente, el Apóstol eligió un modo de dejar constancia a la posteridad de los últimos momentos angustiosos de su azarosa vida, y lo hace con un dominio de la palabra muy propio de su estilo, pero son versos desgarradores como era su propia vida:
“Triste es la noche, muy triste, para el mísero mendigo, que sin pan, talvez ni abrigo, maldice a la sociedad”. Es el dolor cruel que abate a un hombre al encontrarse en el ocaso de la vida y no disponer de pan, de un techo humilde pero digno donde cobijar las penas, las soledades, y soportar los embates del frío y de las lluvias. Y su temple de apóstol le permitió soportar las duras pruebas de la existencia, sin dejarse arrastrar por las banalidades materiales, manteniendo incólume los principios.


“Triste es la noche, muy triste para el bueno y leal patricio, a quien aguarda el suplicio que le alzó la iniquidad”. Y todavía en medio del dolor más cruel se sabe y se siente bueno; y frente a la perversidad recalca lo de “leal patricio”, pues toda su vida un solo hilo de bondad y de amor a la patria, sin pasar facturas ni cambiar de bandos a conveniencia coyunturales. Y es así que su dolor es solo su dolor y bajará a la tumba fría con el.

“Mientras que del expatriado no cambia la suerte ruda, y aún la misma muerte cruda parece que le ha olvidado”. Y es tal el agobio que invoca a la propia muerte como medio para poner fin a una existencia de dolores, martirios, entrega e iniquidades y entonces se queja del olvido de la propia muerte, pues ella era el mal menor en tales circunstancias o quizás la mejor salida para finiquitar una existencia atravesada de padecimientos y de ingratitudes. Ya la obra estaba consumada.

“Ve como asoma al dintel de su albergue miserable, desterrando inexorable la escasa luz que había en él”. Y mayor no puede ser su desgarramiento al concluir sus días en “albergue miserable” quien lo dio todo, juventud, fortuna, familia, paz, alegría y festejos, pues así son los grandes hombres: hijos del dolor y del sufrimiento continuo, el olvido y las ingratitudes. La “escasa luz” es reflejo de unas condiciones materiales de existencia de extrema pobreza y sin embargo la luz intelectual y moral abundaba hasta en los últimos segundos de existencia, por eso escoge este modo de decir, de comunicar a la posteridad como termina sus días en la vida terrenal el hombre más grande que nos ha dado esta patria de dolores y de orgullo. Y es un mensaje, una lección de eternidad de cómo viven los buenos.

“Ve como extiende su manto de tinieblas al entrar y con ellas aumentar del alma el hondo quebranto”. Y la noche dolorosa con “su manto de tinieblas” lo ahogaba de manera desesperante y por eso invoca la presencia de la muerte para entrar definitivamente con la pureza del ejemplo de su vida en las páginas de la historia americana como ningún otro prócer, inmaculado. El apóstol con un dominio absoluto de la palabra, con versos pobres, nos trasmite todo el pesar de su existencia, pues desde este lenguaje escribiendo poco nos dice mucho, distinto a si procura hacerlo desde una prosa diferente, el ensayo autobiográfico por ejemplo.

Invito al análisis de su prosa poética o de sus versos desde una perspectiva comunicativa a la posteridad y no como el producto de un poeta propiamente dicho.

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